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    El virus pone en crisis la globalización desregulada del capitalismo financiero

    “Está muy bien que nos informemos de lo que pasa en el mundo y leamos todas las noticias; pero esto no sirve de nada si no lo hacemos para tomar partido en algo e implicarnos en algo, para dar una respuesta "

    Adriana Guzmán

     *Representante Aymara del movimiento feminista antipatriarcal*

     

    Nuria Alabo

    23/03/2020 13:57

    La periodista y antropologa previene contra los riesgos de la militarización de la política que invoca "una discicplina social y cero críticas a la cadena de mando"

     

     Responsable de Feminismo en el semanario on line CTXT e integrada en la Fundación Comunes, Nuria Alabao (Valencia, 1976), doctora en antropología social e investigadora de la Universidad de Barcelona, es una de las nuevas voces del feminismo español y una activista crítica de referencia. Ha denunciado en los últimos días la creciente tentación de aplaudir la gestión de la crisis del coronavirus realizada por países sin derechos políticos o libertades civiles.

    ¿Una crisis de estas dimensiones puede afectar a largo plazo a las libertades como las conocemos en Occidente?

    Estamos ante una situación de emergencia grave que está provocando un gran sufrimiento social y que requiere de medidas extraordinarias. Algunas de ellas son muy nuevas. La restricción de movimientos no se había hecho nunca en tiempo de paz en un país occidental: constituye un experimento masivo de control social. En tiempos de emergencia climática y otros posibles desastres naturales que llaman a la puerta es inevitable pensar en lo que nos estamos jugando con la gestión de esta crisis. El lenguaje bélico que se está utilizando estos días –“es una guerra”, “todos somos soldados”– debería ponernos en alerta porque invoca disciplina social y cero críticas a la cadena de mando. Cada vez que se ha invocado la movilización total de la sociedad, por ejemplo con la “guerra contra el terrorismo” ha implicado una restricción de derechos y legislación de excepción que todavía permanece vigente y a la que ya nos hemos acostumbrado. También ha emergido una nueva legitimidad para la implementación y puesta a prueba en muchos países de tecnologías de control –que aquí no son tan brutales como las Apps que en Corea del Sur avisan a tus vecinos de si estás contagiado– pero que con la excusa de la crisis se están normalizando. El Estado tiene tendencia a avanzar en el control de la vida y una crisis de salud tan grave como esta ofrece una oportunidad más. Habrá que estar alerta cuando la situación se despeje, será hora de recuperar derechos.

    ¿Considera que el balance seguridad/libertad está manejándose bien estos días en España? Seguridad y libertad no tienen el mismo significado para todos. En este contexto de “cesión de la libertad” en aras de un bien mayor, la preservación de la vida, no podemos obviar que esta cesión tiene consecuencias diferentes para las personas dependiendo de su posición social –de si pueden o no teletrabajar, de qué implica para ellos perder ingresos o ser despedidos, o dejar de pagar el alquiler, de si pueden quedarse o no a cuidar a los suyos–. Cuando se habla de seguridad lo primero que pensamos es en la posibilidad de contagio y muerte, pero seguridad también es no estar preocupado por si te pueden echar de tu casa o no tienes para dar de comer tus hijos y aquí las respuestas son desiguales. Las medidas del gobierno para paliar la crisis provocada por el confinamiento están pensadas sobre todo para un mundo que va desapareciendo: los que tienen trabajo más o menos estable e hipotecas, y eso de deja a muchísima gente fuera. El binomio seguridad/libertad por tanto, no tienen los mismos costes para todos en términos de clase, pero tampoco de raza o estatus migratorio. Una persona de clase media puede pedir más restricciones, más “seguridad”, más cierres de negocios y asumir los costes en nombre del bien colectivo evidente. Pero ¿qué pasa con la persona que depende de ese trabajo hoy para vivir, o con aquellos que no tienen papeles? En el caso de las personas que no tienen regularizada su situación, este escenario es de auténtico terror, solo bajar a la calle a comprar supone exponerse mucho más que de habitual. Esta realidad de encierro, que a día de hoy parece inevitable, es una cesión en pro del bien común, pero debería ir acompañada de una demanda de medidas concretas para paliar el sufrimiento social que va a provocar: desde suspender el control de inmigrantes hasta medidas sociales de amplio alcance que proporcionen un colchón a los que no lo tienen como podría ser algún tipo de renta básica. Ninguna restricción social de este alcance debería venir sin contrapartes en el terreno de la seguridad material y de residencia. Si nos sumamos a aplaudir cualquier restricción sin pedir nada a cambio, cuando echen a la gente de trabajos, y de sus casas por no poder pagar todo quedará en el mismo marco: la batalla necesaria contra el virus.

    ¿Cómo cree que afecta este tsunami vírico a la legitimidad de la institucionalidad democrática, que venía muy tocada? ¿Puede rearmarse o debilitarse?

    De momento la pandemia ha acabado con un nuevo ciclo de protestas que se estaba produciendo en Latinomérica sobre todo pero también en Irak, Francia o Hong-Kong, que pueden ser difíciles de reactivar después de esto. No sé qué nuevas formas pueden tomar el descontento social después de esta pandemia, pero el lenguaje bélico y la apuesta punitiva imponen siempre cierre de filas e implican una relegitimación del Estado. Un enemigo común –sea otra nación, el “terrorismo” o un virus– moviliza llamadas a la unidad y a no “debilitar la lucha” cuestionando las decisiones del Estado. Sobre todo, cuando es la retórica de preservación de la vida la que se pone en marcha. El peligro es que el aumento de legitimidad estatal venga por la vía de una demanda de más decisionismo y más autoridad. Es preocupante estos días ver muchas alabanzas a un estado dictatorial como el chino por su capacidad de control social y de subordinar todo –no solo la libertad, también determinadas vidas en la escala de prioridades que decide el Estado– a la lucha contra el virus. En vez de eso, lo ideal sería que esta nueva legitimidad institucional viniese de la mano de un demanda de más inversión pública en sanidad y otros derechos sociales, un relanzamiento de las instituciones comunes, que es a lo que apuntan los aplausos en los balcones. Todo ello, además podría ir en relación a una demanda de más democracia en la gestión de lo común que es la única garantía verdadera de su preservación y que es la mejor salida para la actual crisis de legitimidad.

    ¿Y a la vigencia del Estado-Nación?

    Hablemos de países o de personas, el neoliberalismo tiene como máxima la privatización del riesgo, pero tanto la pandemia vírica como la crisis ecológica provocada por el calentamiento global respetan poco las fronteras. Esta situación está poniendo en crisis la idea de globalización desregulada del capitalismo financiero y del sálvese quien pueda. Sin embargo estamos lejos de un verdadero abordaje colectivo de estos problemas. Por ejemplo, si el coste del confinamiento es desigual en un mismo país, también lo es entre países, pero Europa, una vez más, se resiste a mancomunar gastos y riesgos. España e Italia van tener que aumentar las inversiones de manera radical, mientras que en otros lugares el esfuerzo va a ser menor. De momento solo se ha hablado de una relajación de la austeridad que es la única manera posible de enfrentarse efectivamente al virus. Solo una inversión pública masiva al sistema sanitario puede ayudar a contener el virus. Sería ilógico que la ayuda europea esté condicionada a una mayor austeridad después de la pandemia. Algo parece que se está moviendo, ¿volveremos al ciclo de austeridad, a la senda de la socialdemocracia o podemos aspirar a nuevas propuestas de superación del capitalismo tal y como hoy lo conocemos? No soy demasiado optimista pero desde luego se están moviendo cosas.

    ¿Puede verse afectada la percepción del ciudadano sobre su libertad (su disposición a someterse al decisionismo estatal)?

    A mí me sorprende una cierta pulsión de Estado que veo en los llamamientos a aumentar las restricciones o en cierto tono de linchamiento de las personas que parece que se están saltando el confinamiento. Es cierto que hay miedo, estamos ante una situación muy angustiosa donde se tienen que manejar muchas variables para entender lo que están pasando y parece que el confinamiento es lo único cierto a lo que podemos agarrarnos. El confinamiento es imprescindible ahora, pero como he dicho, tiene que venir acompañado de contrapartidas y además hay que situarlo en el marco de una sanidad infrafinanciada que lleva sufriendo recortes desde el 2008 y que muestra ahora sus graves carencias. Más que dirigir nuestra impotencia contra los comportamientos individuales irresponsables deberíamos estar apuntando hacia el abandono de la sanidad pública y su necesidad de ser reforzada y defendida ahora y después de la pandemia y hacia una demanda de mayor inversión en Estado del bienestar. Por suerte, y aunque no tengan tanto espacio en los medios, también estamos viendo voluntarios en la sanidad y redes de cooperación –grupos de WhatsApp de barrio, cuidado de niños que no pueden ser atendidos por sus padres, reparto de alimentos etc–, iniciativas que se están multiplicando en nuestras ciudades y que muestran, más que un abandono al soberano, solidaridad, afectos de carácter cívico y capacidad de acción colectiva contra el miedo. Frente al virus o a la indeterminación de nuestras sociedades complejas no podemos oponer más Estado punitivo –que en realidad es lo que apunta el confinamiento vigilado por la policía y que es la solución postfascista–, sino más sociedad y más cooperación. Más instituciones del común.

    ¿Cómo puede cambiar nuestra relación con el trabajo, con el crecimiento e incluso con las políticas medioambientales este Gran Frenazo?

    Tampoco hay que olvidar esta crisis sanitaria tiene también una contraparte en el ámbito del hogar. Hoy también está siendo salvada por las personas que están cuidando en los hogares, tanto a los enfermos como a los dependientes –ancianos, niños sin escuelas–. Tareas que cotidianamente hacen las mujeres de forma invisible –y las trabajadoras domésticas de forma remunerada–. Cuidamos para preservar a los nuestros, para que no se nos mueran. Es nuestro comunismo de la vida el que sigue haciendo funcionar el mundo, no solo la acción estatal. Me gustaría decir que esta va a ser una oportunidad para que nos replanteemos el reparto de los cuidados de una manera más social –con más guarderías, más estado del bienestar, mejores condiciones para las trabajadoras del sector, mejor reparto entre géneros–. Pero sigue siendo un deseo, porque si la crisis vírica se convierte en crisis económica perdurable y el aumento del gasto acaba engrosando la deuda, sin una respuesta europea conjunta podemos entrar en una espiral como la del 2008 que acabe en más recortes y planes de ajuste. ¿Y cómo protestamos si estamos confinados? ¿Y si las relaciones sociales están militarizadas y tenemos parcialmente suspendidas las garantías?

    ¿Cree que estamos ante un paréntesis o ante una discontinuidad?

    A nivel subjetivo yo lo vivo como una brecha que se abre ante nosotros. Para muchos la incertidumbre es una carga que tienen que acarrear cotidianamente, pero de repente todos nos sentimos frágiles de forma colectiva y eso está haciendo aflorar muchas cosas: miedo, sí, pero también nuevas formas de solidaridad e incluso una nueva concepción de nuestro papel en la sociedad. De hecho, es más fácil poner el foco en la crítica a las decisiones del Estado que en las redes de apoyo mutuo que han surgido estos días y que son un germen de la política del común. Me parece difícil pensar que esto no nos va a cambiar de alguna manera más profunda pero es difícil pensar en el día después desde el confinamiento. Hay como una niebla.

     

    ENLACE: https://www.lavanguardia.com/cultura/20200323/4835846998/nuria-alabao-pandemia-globalizacion-militarizacion.html

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