Las primaveras nacen en Kurdistán. Celebración del Newroz
Olivier Besancenot. Viento Sur
newroz alberto tetta[En apoyo de la concentración política del Newroz, convocada por el HDP (Partido Democrático de los Pueblos), delegaciones internacionales de asociaciones y partidos se han encontrado durante varios días en Kurdistán.]
En la mitología persa se cuenta que Dehak, un rey asirio cruel y diabólico, exigía del pueblo que le entregase niños a fin de alimentar las serpientes incrustadas en su espalda. Tras haber perdido así dieciseis niños y niñas, un herrero de nombre Kawa se negó a entregar a su decimoséptimo hijo al sacrificio, y se fue a matar al tirano. Liberado el pueblo, Kawa subió a la cumbre de la montaña y alumbró un fuego. El Newroz (“nuevo día”), que celebra el año nuevo y el primer día de la primavera, conmemora el levantamiento de los descendientes de los niños salvados: los kurdos.
Siglos más tarde, los kurdos de Turquía, de Irán, de Siria y de Irak siguen haciendo frente a una tiranía de múltiples facetas: la Organización Estado Islámico, la dictadura de Bachar al Assad y la del gobierno de Recep Erdogan. Tres frentes para un pueblo que lucha y pelea sin descanso para emanciparse del totalitarismo, del oscurantismo, del sexismo y del capitalismo.
Este año, el 21 de marzo de 2016, con un compañero del NPA y de Yekbun, intérprete del Centro Democrático del Kurdistán de París, llegamos a Diyarbakir, una ciudad de más de un millón de habitantes situada en Kurdistán, en el sureste de Turquía. Nos sumamos a las delegaciones internacionales presentes allí desde hacía algunos días, entre ellas francesas (militantes de la Coordination nationale de solidarité avec le Kurdistan, de Amitiés Kurdes de Bretagne, de Amitiés kurdes de Lyon, de Solidarité y Liberté Marseille, de France Kurdistan, del Mrap, del PCF, del PG, del NPA…). Hemos venido a apoyar la concentración política del Newroz, convocada por el Partido Democrático de los Pueblos (HDP). Fundado en 2013 por la alianza de varios partidos turcos y kurdos, de la izquierda radical y de la extrema izquierda, y de diversas asociaciones, este partido está hoy representado en la Asamblea Nacional de Turquía (más del 10% de los votos). Su proyecto político es defendido principalmente por el Partido de la Paz y de la Democracia (BDP), que está inspirado por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El PKK es una organización política y militar creada en 1978; Abdulá Ocalan, su dirigente, está encarcelado en la isla-prisión de Imrli desde 1999 por actos considerados como terroristas.
El HDP está en el punto de mira del gobierno Erdogan. Rompiendo con el proceso de paz iniciado en 2013, el poder turco ha relanzado de hecho la guerra en el sureste de Turquía, de mayoría kurda, y perpetrado masacres de civiles, en particular en Diyarbakir, así como en la ciudad de Cizre. En Estambul se multiplican las detenciones arbitrarias y los asesinatos selectivos contra los opositores. En Ankara, el pasado mes de octubre, dos explosiones no reivindicadas provocaron 97 víctimas entre los participantes en un mitin público del HDP. Más en general, sindicalistas, militantes, abogados, universitarios, periodistas son víctimas de la represión. Ejemplos: prisión firme por estar en posesión de un panfleto del HDP, haber enseñado kurdología, difundido fotos que demostraban que los servicios militares turcos pasan armas a yihadistas en la frontera turco-siria….
Desde el cielo, Diyarbakir se parece a un inmenso juego de dominó puesto en una llanura: una multitud de bloques de viviendas resplandecientemente nuevas, a menudo deshabitadas, que se despliegan hasta el infinito como filas militares. En todas partes, el mismo copiar-pegar arquitectónico: una decena de bloques de edificios, reagrupados en cuadrado, con un área de juego colocada en medio. El poder turco promueve la urbanización y organiza el éxodo rural. Yekbun me dice al oído: “Cuando la primera pieza de dominó caiga, las demás seguirán del mismo golpe… El problema está en saber en qué dirección esto va a ocurrir”. En efecto, todo parece inestable e incierto en esta ciudad en proceso de cambio que vota por el HDP, cosa que Recep Erdogan no le perdona. La ocupación militar turca impone una rara cohabitación entre, por una parte, un pueblo en movimiento, apoyado por el HDP y el YPS (unidad de protección civil kurda de resistencia contra la ocupación) y, de otra, el ejército y las unidades especiales del gobierno. Estas últimas son omnipresentes: puntos de control en los cruces de las calles, carros blindados cada cien metros, despliegue de tropas. Es un verdadero estado de sitio, en el que reina una tensión permanente. Una mujer kurda que ha vivido en Francia algunos años me dice: “Pensábamos estar en nuestra casa, pero en verdad no lo estamos”. De cada lado, se miran de arriba abajo o se ignoran, depende.
A pesar de todo, la vida continúa, los comercios abren, los vendedores de calle siguen con su trajín, los peatones no paran y se escapan de milagro a los coches que van un poco a lo loco. En Kurdistán, la conducción, también está en guerra. El taxi que nos lleva en tromba a la concentración del Newroz parece ignorar las bases de la prevención en carretera. Concentrado en su destino, ignora todo lo que le hace frente, persuadido de que una burbuja mágica le abrirá el camino. En cuanto llega a la parada, un soldado se precipita hacia nosotros y nos grita que nos marchemos, con un aire inquietante y gestos amenazadores. No entablamos un diálogo con su arma. Las barreras militares y policiales se suceden. Las fuerzas del orden presentan rostros sombríos y cerrados, miradas hostiles y a veces cargadas de odio. Intentan gestionar el flujo de manifestantes que se dirigen en cortejo a los lugares de la concentración. La prueba de fuerza comienza de entrada y cada cual intenta demostrar que es él quien controla los lugares de la concentración. El ejército despliega su arsenal militar y represivo; los kurdos, en uniforme de guerrilla, gritan una vez pasadas las barreras, consignas sediciosas: “¡La primavera está aquí, vais a reír menos!” (el invierno es la estación más favorable para el ejército y la más difícil para la guerrilla, que debe hacer frente a las duras condiciones de la montaña), o “¡Nuestro único presidente es Ocalan!”. Después de muchos controles y cacheos llegamos a una explanada llena hasta reventar. Decenas de miles de personas están ahí, jóvenes, menos jóvenes, hombres y mujeres, con o sin velo, a la occidental o con trajes tradicionales. Todos cantan, bailan, gritan consignas y se quedan quietos cuando suena el himno de la resistencia. En ese momento, al unísono, un océano de dedos en V (victoria) se esparce por la llanura. Las reglas del orden establecido no tienen ya importancia: en ese momento, todos y todas saben, a ambos lados de la barricada, en manos de quien está verdaderamente el lugar.
Más tarde, en el barrio popular del casco antiguo de Diyarbakir, en Sür, el terror recupera sus derechos. Nos vemos obligados a franquear un puesto de control hostil cada 30 metros para acceder a la avenida que lleva a lo que hay que llamar ya el “lugar del crimen”. Hace algunas semanas, frente a la represión del gobierno de Erdogan, centenares de habitantes, jóvenes en particular, montaron barricadas y se rebelaron. Las calles sin sus adoquines lo testifican. Luego tomaron las armas para defenderse de los disparos del ejército constituyendo unidades de protección civil (YPS). Persianas de hierro arrancadas, impactos de balas en las paredes y los cristales, edificios destrozados evocan la violencia de la represión. A pesar de todo, aquí también la vida continúa, pero en voz baja, como si la tempestad de odio ocupara aún los espíritus. Incluso el bazar parece afónico. Las siniestras unidades especiales de Erdogan, a menudo reclutadas entre antiguos combatientes de la guerra de los años 1990, sacan pecho y nos fusilan con la mirada. Policías de paisano nos siguen sin esconderse: no somos bienvenidos. Algunos habitantes del barrio intentan, no sin temor, discutir con nosotros. Una pintada recientemente escrita por las unidades especiales turcas amenaza: “Kurdos, vamos a acabar con vosotros”. Cuando constatamos que grandes lonas blancas en puestos de control obstruyen la vista y el paso de varias callejas, nuestra sangre se detiene. Detrás, el teatro de las masacres perpetradas se mantiene cerrado. Hace algunos días, más de un centenar de civiles han sido asesinados, a menudo calcinados. Las familias deben luchar para recuperar los cuerpos. En Francia, estos acontecimientos pasan desapercibidos. Un sentimiento de cólera y de impotencia me invade. Yekbun mantiene su confianza inquebrantable y me dice sin dejar de mirar a los policías: “La paz triunfará y venceremos al autoritarismo, por Kurdistán así como por toda Turquía”. Un militar nos hace un signo obsceno. Éstos son militantes de la causa nacionalista, dispuestos a matar de nuevo. Detrás de sus espaldas, a unos metros, veo una pintada que grita: “Viva el Kurdistán, PKK” No podrán borrarlo todo.
Numerosos Newroz se han celebrado en las ciudades de Turquía, a pesar de las prohibiciones gubernamentales. Intentamos llegar a la ciudad de Cizre, situada cerca de la frontera iraquí, para celebrar allí el año nuevo kurdo. Ciudad enclave, encrucijada hacia los países limítrofes, Cizre es una ciudad estratégica que ha tenido “el mal gusto” de votar mayoritariamente HDP en las elecciones. Una afrenta que el poder central quiere hacer pagar caro. Decenas de habitantes han muerto en las masacres cometidas por las unidades especiales. El alcalde de la ciudad ha sido asesinado. En la carretera, a unos sesenta kilómetros, una larga fila de camiones estacionados en el arcén deja presagiar lo peor. Bajamos del vehículo y hacemos el camino a pie.
Frente a nosotros una barrera militar, con sacos de arena, cañones de agua, carros blindados y ametralladoras dirigidas contra nosotros. Una doble fila de militares cierra la carretera. Imposible pasar. Las negociaciones de los electos y de los diputados HDP no consiguen nada. Resuenan las primeras advertencias. No puedo dejar de observar las reacciones febriles y torpes de los reclutas del ejército turco; son muy jóvenes, demasiado jóvenes. Les veo verificar en varias ocasiones que el seguro de su arma está bien puesto. Estos jóvenes no tienen el aspecto de creer en la guerra que lleva a cabo el gobierno contra los kurdos, en esta cruzada que les transforma en carne de cañón. El copresidente nacional del HDP aparece y hace una declaración de protesta: “El HDP propone una semana más al gobierno turco a fin de dar una última oportunidad a la paz”. Luego será la guerra. De vuelta, hacemos una escala en la ciudad de Mardin, encaramada en la falda de una montaña. Cargada de historia, vive sin embargo al ritmo de esta trágica actualidad. Las callejas y las escaleras que atraviesan construcciones de centenares de años nos llevan a la terraza de un café en el que tomamos el enésimo té tradicional de la jornada. Frente a nosotros, la llanura de Mesopotamia, cuna de la humanidad, se extiende hasta perderse de vista. Frente a nosotros, a lo lejos, Siria, la región de Rojava y la ciudad de Kobane. Allí se ha abierto un nuevo espacio experimental para los kurdos desde 2011. Desde el comienzo de la revolución siria, el régimen de Assad ha desatendido ese frente, “abandonando” un tiempo la región a los kurdos. Luego, en las ciudades y los pueblos, las unidades revolucionarias kurdas (YPG) intentan la autogestión según los principios del “confederalismo democrático”. A imagen de las ciudades del sureste de Turquía. Yekbun me explica que las circunstancias de la guerra empujan a organizar la democracia de abajo arriba, decidiendo y administrando un máximo de cosas localmente. Esta autonomía y esta descentralización democrática aligeran en gran medida las competencias superiores. Y, en efecto, los equipos municipales que se ponen enmarcha en las alcaldías en manos del HDP parecen algo reducido si se comparan con los batallones burocratizados de las grandes ciudades occidentales. Su tarea viene a ser en lo esencial coordinar las decisiones ya tomadas en los barrios y los distritos. Un hombre en la terraza viene a discutir con nosotros: es un combatiente de Kobane. Uno de los que han desafiado el cierre de la frontera turco siria para resistir al autodenominado Estado Islàmico (EI) al lado de sus hermanos y hermanas de Siria.
Tiempo atrás, las potencias occidentales decían apoyar a los combatientes kurdos. Sin embargo, el corredor humanitario, económico y militar, reclamado por el YPG a fin de que las armas y los combatientes pudieran llegar, jamás fue concedido. Las potencias imperialistas occidentales, comenzando por el Estado francés, han preferido intentar reemplazar a las fuerzas en presencia y pasar de nada al todo: de la indiferencia a los ataques aéreos que constituyen una injerencia y son ineficaces. Por su parte, el gobierno de Erdogan, que siempre tiene derecho a alfombra roja en el Elíseo, impone sus posiciones antikurdas a la EU amenazando abrir las fronteras a los refugiados de las guerras. Obtiene incluso 3 mil millones de euros suplementarios según el acuerdo recientemente firmado con Europa, que le obliga a retomar a los emigrantes que llegan a Grecia, incluso los sirios. Colmo del cinismo, Erdogan obtiene así la garantía de que el PKK, que combate valientemente contra el Estado Islámico cuerpo a cuerpo, permanezca en la lista de las organizaciones que la UE declara terroristas.
En Mardin viven kurdos, árabes, asirios, armenios, yemenitas. Yekbun insiste en que el combate kurdo no es, o ya no es, una lucha separatista respecto a los demás pueblos. Al contrario, luchan en favor de una autonomía regional confederada a las demás regiones, incluyendo todas las poblaciones locales cualesquiera que sean su cultura, su lengua o su religión. Evoca también los derechos de las mujeres, y me explica que para imponer la igualdad, la paridad de los puestos (cada puesto de dirección es un binomio), ha sido preciso y lo es aún vencer las reticencias y los arcaísmos. Habla de los reflejos tribales y feudales. En el fondo de mí mismo no puedo dejar de pensar que están adelantados respecto a nosotros. Las mujeres ocupan realmente todos los puestos, en todas las escalas de la organización social, democrática, política e incluso militar.
De vuelta a Diyarbakir, se nos anuncia que la carretera está cortada: ha estallado una bomba, tres policías han resultado muertos. Por la noche, a lo lejos, el eco de los disparos de mortero y de las ráfagas recuerda hasta en nuestro sueño que esta lucha por la emancipación humana, social, política y feminista, se efectúa en medio de las exigencias del combate militar.
Esta estancia exprés me ha parecido una eternidad. Arrastro conmigo el sentimiento contradictorio de haber partido lejos a un país desconocido, cerca de un pueblo que me resulta sin embargo familiar. Si tantas cosas nos separan, bastante más nos unen. El Eldorado de los anticapitalistas no existe en ningún sitio. Nuestras generaciones han nacido políticamente sin modelos preestablecidos. Y tanto mejor. Hoy se llevan a cabo experiencias nuevas. Debemos seguirlas de cerca, apoyarlas y sacar de ellas lo mejor. El PKK es una corriente cuya filiación marxista proviene de otra variante que la mía. Sacando las enseñanzas del pasado a su manera, se atreve a ponerse en contacto con las ideas autogestionarias y horizontalistas cuando sus orígenes políticos son profundamente verticalistas. Cada cual progresa de acuerdo con los períodos en los que evoluciona. Lo que es cierto para ellos lo es también para nosotros. Este pueblo que ha debido tomar las armas, y que las sigue teniendo aún, piensa sin embargo que el arma más eficaz sigue siendo la conciencia que se adquiere de sí mismo. Un arma que nos une más allá de las fronteras.
Con esta conciencia revivificada, podremos quizá comprender que la batalla que se desarrolla en Kurdistán es también la nuestra. Una salida de la que depende el porvenir de Turquía, pero también de la revolución siria que no ha dicho su última palabra. Las victorias de los kurdos serán las nuestras, sus derrotas también. Son también una muralla contra los atentados a los que EI no está dispuesto a renunciar en nuestro territorio, y esto mientras el Estado francés se obstina en llevar a cabo sus guerras. Ya es hora de levantar la capa de plomo que pesa sobre esta cuestión en Francia en nombre de las relaciones diplomáticas cordiales y de las relaciones económicas fructíferas que el gobierno francés mantiene con el señor Erdogan. Debemos reforzar el combate realizado por asociaciones de solidaridad demasiado a menudo aisladas. Comencemos por obtener lo más rápidamente esta medida elemental: sacar al PKK de la lista de las organizaciones terroristas.